Cuando se habla de libros para bebés no solo se trata de tener en cuenta criterios de materialidad (cartoné, tela, goma eva, etcétera). Es fundamental que como mediadores reparemos en la naturaleza del texto, su nivel de dificultad, su extensión y la naturaleza de las ilustraciones. Imágenes convocantes (interesantes, originales, diversas). No necesariamente sencillas ni representativas ni realistas. Tampoco ñoñas o pueriles.
Estructuras muy breves, con apenas asociaciones de ideas. Evitemos las estructuras narrativas más clásicas, vayamos mejor por los textos episódicos, muy breves y con muy pocos personajes. Cuidado, textos cortos y simples, pero no literales, obvios. Los bebés también son grandes expertos en distinguir buena y mala literatura.
Las fórmulas de repetición en las narraciones colaboran con la comprensión de la trama, la anticipación y hasta activan el humor.
Hacia los tres años, las estructuras narrativas se pueden ampliar a cadenas focalizadas siguiendo a un personaje.
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Alternar entre dejarlos solos explorando un conjunto de textos y compartir con ellos ofreciendo nuestra voz.
Acompañar en los casos de lectura en voz alta la muestra de las ilustraciones. Sentarnos en el piso con las piernas cruzadas para que los chicos puedan habitar ese hueco entre nuestro cuerpo y el libro suele ser su espacio ideal.
Leer siempre con cadencia, con ritmo, incluso exagerado. Es bueno incluso acompañar con mímica las acciones que se sugieren en el texto, por ejemplo, si algún personaje come, podemos imitarlo con nuestras manos.
Los títeres suelen ser grandes compañeros a la hora de contar cuentos.
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